Bien situado se encuentra el lupanar. 

 

Desde la calle se pueden ver las luces de su interior. Los sonidos de los tornos girando y las alfareras gritando contentas por haber hecho con sus propias manos otra obra de arte. Son muchos los marineros y piratas que vienen aquí a disfrutar viendo como las alfareras trabajan y dan forma a todo tipo de jarrones, alforjas, vasijas. Para todos los gustos. 

 

Un robusto señor os da el alto en la puerta.

 

-¿Qué estáis buscando aquí? Este es un humilde taller de jarrones. ¿Tenéis alguna recomendación? ¿Conocéis la palabra clave? No nos gusta que nadie no autorizado venga a molestar a nuestras artistas del barro. 

 

Parece que no podréis entrar sin contraseña. 

 

La escuela de esgrima presenta un aspecto algo atípico para el destartale habitual del resto de la isla. Es como si fuera un pedacito extraído de la otra parte del mundo y puesto en medio de Tortuga. 

 

Una reja de metal y tras ella un amplio patio lleno de muñecos de entrenamiento hechos de madera. En el centro un caminito de piedras adornado con enormes maceteros a los lados os conduce al edificio principal. Pero como era de esperar, un señor algo peculiar, pues parece que no tiene manos, o al menos no quiere mostrarlas, os cierra el paso. 

 

-¿Quiénes sois y qué habéis venido a buscar aquí?- os dice con un tono algo más rudo de lo que esperábais- Aquí solo entran alumnos y sus conocidos. Y no parece que conozcáis a nadie aquí. ¡Largaos, fuera, fus!

 

Parece que no disponéis de los contactos necesarios para entrar aquí. Quizás si descubrís el nombre de algún alumno os dejen pasar. 

Al norte hay un campamento francés, pero os dejan bien claro que no sois bienvenidos. Al menos, por ahora.